En tierra de kurdos

Uno sabe que está en territorio kurdo cuando todos los hombres llevan pantalones bombachos, muchos además faja, camisa y turbante en la cabeza, y algunos (en las zonas de montaña) el chaleco llamado kolobal, de lana prensada y con cuernos en las hombreras. Las mujeres, por su parte, llevan también pantalones bombachos de colores vistosos (algunos dorados o plateados), con vestidos hasta los tobillos y un chalequito. Pero es que además los kurdos son distintos. Más altos, más fuertes y con una inconfundible nariz. Pero es que además los kurdos son distintos: tienen su propio idioma y ancestral cultura, que comparten con sus hermanos del otro lado de la frontera, en Irak. En estos días hemos escuchado muchas veces las injusticias que se han cometido y se siguen cometiendo contra este pueblo orgulloso, amable y hospitalario.

El valle de Howraman es un reducto kurdo espectacularmente bonito, y hasta hace poco muy inaccesible. Tanto es así que en este «pequeño» valle se desarrolló uno de los dialectos más conocidos de la lengua kurda. Terminamos cansadísimos, pero recorrerlo caminando fue una de las mejores decisiones de este viaje, que tuvo sus pequeñas recompensas por el camino: el mejor dukh con kelana en Bëlbar (yogur agrio para beber y pan con verduras y mantequilla), agua fresca de un manantial en Selin, un té con vistas insuperables y un falafel de cena en Nivin, antes de echarnos a dormir en la mezquita del pueblo.

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