Dastet dard nakone, Irán

Llegamos a Irán sin saber demasiado, y sobre todo teniendo muy claro que más de la mitad de lo que sabíamos era, probablemente, falso o exagerado. Sin embargo, lo escuchado millones de veces pesa en el subconsciente, y zonas como el Kurdistán aún nos daban cierto respeto por su cercanía a Irak.

Lo que nos encontramos fue lo que nuestro lado racional ya sugería: que, independientemente de lo caliente que esté Oriente Medio, Irán tiene su territorio bastante controlado, y el país es uno de los más seguros en los
que hemos estado. También en la frontera, que los kurdos de uno y otro lado no entienden, reina la paz.

Pero Irán fue mucho más que su paz, sus mezquitas, su cultura y sus impresionantes montañas: fue el país de la hospitalidad. Donde fue más fácil que nunca acampar. Donde fue más fácil que nunca hacer dedo y llegar
a los rincones más remotos. Donde 130 euros alcanzaron para que dos personas comiéramos, viajáramos, durmiéramos y visitáramos una gran parte de un gran país, que necesitaremos más viajes para conocer a fondo.

Tan buen sabor de boca como dejan su mirza ghassemi, su ghormeh sabzi o su baghali ghatogh, su chelow kabab, sus dátiles y su justo toque de lima, azafrán, menta y canela.

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