De por qué desaparecimos

Si alguien sigue el blog aún, seguramente se dio cuenta hace unos meses de que las noticias de nuestro viaje por Irán y (hasta entonces) Armenia se interrumpieron con cierta brusquedad. Lo cierto es que teníamos algún post en la cabeza para contar qué tal nos iba por Georgia, nuestro siguiente destino: nuestra noche en un hotel VIP de Batumi, gracias a un iraní ciclista con el que compartimos carretera en el norte de Armenia; nuestra excursión hasta el glaciar de Chalaadi en Mestia, Svaneti; la visita a Ushguli, el pueblo más alto de Europa (más de 2000 m); o algo sobre los manantiales de aguas termales en Tbilisi y Samegrelo.

Nunca llegamos a escribirlos. Precisamente al visitar uno de esos manantiales, concretamente a las afueras de Zugdidi, y en lo que parecía un sitio perfecto para acampar (y aconsejados por los vecinos de la zona), nos sorprendió una violencia brutal.

Como decimos, el sitio lo tenía todo: un manantial de agua caliente y uno de agua fría, una campa de césped blandito e incluso una mesa de merendero. Nos bañamos, pusimos nuestra tienda y, después de cenar, nos dormimos. Sin saber cuánto tiempo había pasado, nos despertamos entre golpes. Ignoramos quién o cuántos nos atacaron, porque los protegía la oscuridad de la noche, y también sus motivos. Sólo sabemos que, de repente, una lluvia de piedras nos estaba lapidando. Gritamos para ahuyentar a los atacantes o para conjurar el miedo. Afuera sólo había silencio. Irati se quedó quieta en el centro de la tienda, lo que le libró de algunos de los golpes más fuertes, aunque su costado izquierdo sufrió innumerables contusiones y hematomas. Jorge, que intentó incorporarse, salió peor parado. Las piedras le cayeron directamente a la cabeza (y a las manos cuando intentó protegerse). El resultado fueron dos brechas en la cabeza (3 y 5 puntos de sutura), un hueso de la mano roto y una fractura en la cabeza del fémur.

Cuando las piedras pararon, un largo y agónico camino de 400 m parecieron varios kilómetros. Como Jorge no podía andar (ni cojear), Irati lo cargó sobre su espalda hasta que estuvimos frente a la casa más cercana. Gritamos para pedir ayuda, y los vecinos de la zona aparecieron para asistirnos y llamar a la policía y a la ambulancia. Una vez a salvo empezó otra pelea: la policía no nos hizo caso y clasificó el ataque como accidente, y en el hospital «no vieron» ninguna de las dos fracturas de Jorge. Por suerte para nuestro ánimo, centrar nuestros esfuerzos en la repatriación nos hizo sobrellevar estas desesperantes negligencias con mejor disposición. El seguro, aunque luego hizo las cosas bien, tampoco reaccionó en el primer momento, y llegaron a mandarnos a un hotel sin ascensor (como cualquiera en Zugdidi) mientras esperábamos una ambulancia que nos trasladara a Tbilisi. Allí por fin encontramos un hospital serio, que acertó con todos los diagnósticos (aunque habían pasado ya 5 días del ataque). A nuestra vuelta, dos operaciones y una larga rehabilitación, que aún mantiene a Jorge ocupado en conseguir doblar la rodilla.

Por suerte, y a pesar de todo esto, nunca perdimos la sonrisa. El (por otro lado lamentable) hecho de que no hubiera comida en el primer hospital (ni sábanas, ni baños, ni ropa, ni anticoagulantes) fue una oportunidad: seguimos poniéndonos ciegos a khachapuri (un pan al horno con mucho queso, mantequilla y, en el caso del acharuli, huevo), probablemente lo que más nos gustó de Georgia. Y, cómo no, a helados. Otra cosa que tampoco hemos perdido son las ganas de viajar, ni la apertura de miras suficiente para entender que esto podría haber pasado en cualquier sitio. No relacionamos el ataque ni con Georgia, ni con nuestra forma de viajar. ¡Más aventuras pronto!DSC_1906 (1024x683)

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