Voces en la piedra

Si tuviéramos que definir en dos palabras los atractivos turísticos de Armenia esas serían monasterios y montañas. O, más bien, monasterios encaramados, encajados, escarbados en la montaña, con monjes que aún habitan las celdas de algunos de ellos.

Uno de los que más nos ha gustado (quizá por ser el primero) es el monasterio de Tatev, al que llegamos un ratito a pie y un ratito en el autobus escolar más fiestero que podíamos imaginar (música altísima, profesoras de pie y niños de 7 años bailando). Desde arriba, vistas increíbles y un monasterio bien conservado. Pero quizá lo más especial fue la bajada: apartados de la carretera, bajamos por un camino campo a través. Al perdernos llegamos a contemplar la cascada que salía justo debajo del gran monasterio, y una vez retomado el camino llegamos a un sitio que, quizá por las circunstancias del momento, se nos antojó lleno de espiritualidad.

Se trataba de un monasterio abandonado desde el siglo XVI (cuando lo destruyó parcialmente un terremoto) y al que le habían crecido plantas por todas partes, pero que seguia teniendo la capilla casi intacta, quizás por las frecuentes visitas que le hacen los monjes de Tatev. Nosotros tuvimos la suerte encontramos con dos de ellos (en realidad, peregrinos de monasterios del norte) que nos deleitaron con cantos, plegarias y rezos delante del altar, y que en ese entorno realmente nos sonaron a música celestial. Uno de ellos nos explicó que le cantaban a la gente que había vivido allí. Descansamos un rato a la sombra y continuamos nuestro camino.

Tuvimos que remangarnos los pantalones y nos mojamos casi hasta la cintura cruzando un río (con un cachorro bajo el brazo que nos había seguido desde el monasterio), que a estas alturas del año baja con más fuerza que nunca por el deshielo. La recompensa fue llegar hasta el Puente de Satán, un puente de piedra natural en un cañón de bastante profundidad del que brota un manantial de agua mineral «con gas»: salada y ligeramente carbonatada, pero refrescante como la que más. Dos piscinas naturales en la roca lo hacen muy accesible, y muy relajante para nuestros cuerpos aunque muy poco para nuestros paladares (y eso que a los armenios les encanta).

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