La memoria a los 100

La (larga y compleja) historia de Armenia es sin duda la piedra angular de su identidad colectiva, junto con la religión. Es imposible conocer hoy a un armenio que no tenga muy presente los padecimientos de su pueblo, y en especial el (no tan famoso como debiera) Genocidio.

En 1915 (pero también en los años anteriores y posteriores), los armenios otomanos y otros grupos cristianos que vivían en el imperio turco fueron perseguidos y masacrados sistemáticamente. Se calcula que un millón y medio de ellos murieron, una gran parte en campos de concentración de los desiertos sirios y saudíes. Turquía aún no ha reconocido estos hechos, y presiona para que la comunidad internacional tampoco lo haga.

El memorial y museo del Genocidio en Erevan es estremecedor pero imprescindible, y sin duda la primera visita obligada para entender el país y su gente. Hoy en día las fronteras y las relaciones con Turquía siguen siendo prácticamente nulas, y lo primero que la mayoría de los armenios te preguntan (incluso niños a los que les quedan muy lejos los hechos de 1915) es si tu país ha reconocido oficialmente el Genocidio, y qué opinas de los turcos (y en general los musulmanes): por si las fronteras occidentales cerradas fueran poco, Armenia se desgasta aún hoy en una guerra fría y un conflicto fronterizo con Azerbaijan, al que arrebataron la región étnicamente armenia de Karabakh en una guerra que terminó en 1994 pero está aún muy presente.

Esta carga psicológica, y la tensión religiosa y étnica que sienten, soportan y ejercitan los armenios aporta un tinte oscuro a su personalidad amable y hospitalaria, y es la última barrera para que este pueblo pueda por fin ser mucho más que una gente perseguida por los fantasmas de su pasado: los años dorados de la Edad Media, los lúgubres recuerdos del Genocidio.

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